lunes, 1 de marzo de 2010

Reflexión sobre el momento que estamos viviendo

DE NUESTRA PASTORAL

Jesús nos invita a discernir e interpretar los signos de los tiem­pos. A través de ellos podemos escuchar la voz del Padre Provi­dente que conduce a su pueblo y lo invita a cooperar en su plan de amor. La voz de Dios a través de los signos ha sido tremenda­mente contundente en los últimos tiempos. Todos estamos im­pactados con lo que ha sucedido a nuestra Patria y nos interesa saber qué nos está diciendo el Señor con eso. Tratemos, por eso, de mirar los acontecimientos a la luz de la fe.
Partamos por algo concreto. Llegamos a la celebración del Bi­centenario de nuestra Patria con un gran optimismo. Conscien­te e inconscientemente se percibía una cierta comparación con otros pueblos del Continente y nos llenábamos de orgullo y alegría por llegar a esta fecha memorable en condiciones tan positivas. No cabe duda, sin embargo, que el peso del balance que hacíamos estaba pues­to en las cifras azules de la economía y en el aire de progreso y estabilidad global que se respiraba en cada in­forme. Pero el terremoto vino a in­vitarnos a una reflexión más profun­da. Con espanto pudimos compro­bar que el terremoto físico produjo otro de tipo moral. El vandalismo, del que fuimos espectadores, mos­tró otra cara de Chile y nos planteó grandes desafíos para el futuro. Nos parece evidente que hay que recons­truir Chile en una doble dimensión, material y moralmente. Los cristia­nos sabemos que Dios es Padre Pro­vidente y que el dolor tiene un senti­do redentor. A través del dolor y de la inseguridad el Señor nos invita a purificarnos. A asumir con actitud fi­lial y solidaria todo el dolor que esta­mos experimentando como país.

 Ciertamente, la primera labor de cada uno se refiere a la edu­cación religiosa y valórica al interior de su propio hogar. Esa es una labor insoslayable. Todos los miembros de la Iglesia tene­mos que reafirmar en nuestro ambiente íntimo el esfuerzo por impartir una educación religiosa y ética inspirada en el evange­lio. Es preciso superar muchos defectos que se han ido anidan­do en la mentalidad de nuestro pueblo: el exitismo, la ambición desmesurada, una mentalidad que sólo percibe derechos y no deberes, una tendencia a desconocer la autoridad, a confundir la apertura y tolerancia con carencia de principios, etc. Chile se caracterizó en el pasado por la encarnación notable de valores morales y religiosos. En eso influyó, con certeza, la piedad ma­riana. Ya desde el comienzo de nuestra historia, María fue Madre y Educadora de nuestro pueblo y por esa razón ahora volvemos a recurrir a ella.

En el ámbito en que nos desempeñamos ciertamente el lla­mado del Señor nos invita esmerarnos por ser un rostro amoro­so de Dios ante los hermanos que sufren. Es bueno que perciban que nuestro compromiso como miembros de la Iglesia conlleva actitudes de misericordia y de ética. Ojalá la presencia de la Igle­sia en cada hospital sea un signo de la presencia del Padre de la misericordia.

Muchos hospitales están dañados.



Un recorrido rápido por los hospitales más antiguos de la Capital nos muestran numerosos daños. Incluso el Félix Bulnes tuvo que cerrarse. Las iglesias del Barros Luco y del Salvador están seriamente dañadas. En el Instituto Nacional del Cáncer hubo que desalojar la parte del frente y cambiar las oficinas, etc. etc.
Todo eso trae trastornos y aumenta el trabajo. Es el momento de la solidaridad.

Preparación a la Pascua del Señor

CONOZCAMOS AL SEÑOR
Y A SU EVANGELIO


«Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo. Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día.» (Mt 16, 20-25)

  • Jesús ha formado a sus Apóstoles. Va a edificar la Iglesia sobre la base de la fe que ha proclamado Pedro. Con eso termina la primera parte de su misión.
  • En seguida emprende su último viaje a Jerusalén. No quiere que piensen que el Cristo puede evitar el dolor y pide que no digan a nadie que el es el Mesías prometido. El va a la Ciudad Santa a entregarse como Víctima propiciatoria por nuestros pecados y así abrirnos las puertas de la vida eterna.
  • Su pasión será dolorosa, pero no por eso dejará de ser la más plena victoria, la victoria del amor.
  • Junto con anunciar su pasión entrega un signo de esperanza. Su pasión conduce: a la vida plena, a la resurrección. A la plenitud se llega a través de la cruz, pero lo definitivo es su victoria.

En el mes de marzo, en la medida en que van transcurriendo los días de Cuaresma, los ojos de los creyentes se van volviendo hacia la Pascua del Señor. El triunfo de la vida sobre la muerte. Es la celebración básica de nuestra fe, que se funda en la convicción de que hace poco más de dos mil años Dios vino al mundo a salvarnos. Sin esa convicción fundamental, todo el resto deja de tener sentido. Por eso, es conveniente centrar