sábado, 1 de mayo de 2010

Cardenal Errázuriz bendijo a trabajadores en hospital San José


En la mañana de este jueves 29 de abril se realizó la tradicional bendición de los trabajadores. Esta vez se desarrolló en el Hospital San José, complejo representativo del sector salud. A la ceremonia, presidida por el Arzobispo de Santiago, Cardenal Francisco Javier Errázuriz, concurrieron el Vicario de Pastoral Social y de los Trabaja­dores, Padre Rodrigo Tupper, el ministro de Salud, Jaime Mañalich, y las autoridades del recinto hospitalario.
Con esta ocasión, cada año el Cardenal concurre a un lugar de trabajo para tomar contacto con las personas que allí laboran, en­tregarles una palabra sobre la dignidad de su trabajo, e iluminar su actividad con la luz de la Palabra de Dios. En años anteriores lo hizo con los trabajadores del Metro y de la Central de Abaste­cimiento Lo Valledor. Esta vez, eligió el sector de la salud, repre­sentado en el personal del hospital San José, oportunidad en que destacó su vocación, espíritu de servicio y la entrega que signifi­ca desarrollar turnos de trabajo incluyendo días festivos y ho­rarios nocturnos, cuando la mayoría de la población descansa. Al finalizar el encuentro, el Cardenal Errázuriz impartió su bendición a todos los presentes, sus compañeros de trabajo y familiares y también a una imagen de la Inmaculada Concepción, que los acom­pañará en sus actividades cotidianas.

Reflexión sobre la situación actual de la Iglesia

DE NUESTRA PASTORAL

Hechos
La crisis que se ha desatado en todo el ámbito occidental de la Iglesia a raíz del escándalo público por el indigno comportamiento de mucho miembros del clero, tiene que analizarse desde una pers­pectiva más amplia: La progresiva pérdida del sentido de trascen­dencia, el alejamiento del mundo religioso. Ya nuestros antepasados decían que toda apostasía de Dios traía una desintegración social. Debido a eso, en el ámbito eclesial sus dos puntos más sensibles han sido afectados: la familia y el sacerdocio. Junto con constatar la fragilidad de la familia, constatamos esa misma fragilidad en los sacerdotes. No importa si los medios de comunicación han magnifi­cado los acontecimientos para que produzcan un efecto devastador, lo que importa es que es el mismo Señor quien nos está llevando a una reflexión de fondo para superar la crisis utilizando los medios que Él mismo nos dejó.
Interpretación
La interpretación de un fenómeno tan amplio y complejo no pue­de caer en un simplismo. Hay muchos factores que se deben tomar en cuenta. A simple vista habría que decir que hay que dar una for­mación más integral y profunda a los sacerdotes porque tienen que vivir en una cultura contraria al evangelio. Tienen que abordar el te­ma de la sexualidad a un nivel pedagógico y espiritual más profun­do. Más que eso, es un llamado a cultivar un estilo de vida sacerdo­tal más sobrio, espiritual y humilde. El sacerdote debe ser formado como un simple servidor del pueblo de Dios.
Hay una segunda reflexión que es bueno hacerla consciente. Se comenzó a anunciar hace ya muchas décadas que estábamos vivien­do una etapa en que se pedía un mayor protagonismo del laicado. El Cardenal Journet decía que había llegado “la hora de los laicos”. Pa­reciera que la escasez de las vocaciones y la fragilidad del clero exi­ge el surgimiento de auténticos lideres laicos que asuman responsa­bilidades en la Iglesia.
Tareas.
El sacerdocio instituido por el Señor juega un papel imprescindi­ble en la Iglesia y es tarea de todos los discípulos mantenerlo puro y fecundo. La formación del corazón de un sacerdote comienza fun­damentalmente en su hogar. Los padres de familia son los primeros catequistas y los educadores natos. Por otra parte, para que surjan lideres laicos hay que crear ins­tancias para una formación más profunda y al alcance de todos los fieles. Especialmente hay que crear un acceso más sólido a la reve­lación que nos llega a través de la Escritura.
Una auténtica devoción mariana nos aproxima vitalmente al es­tilo de vida de un verdadero discípulo de Cristo. La atmósfera que se crea en torno a María como Compañera de Cristo en el plan de redención nos ayuda a vivir la fe de una manera adecuada a los nuevos desafíos. Ella es símbolo de fidelidad, de sencillez y de au­dacia. Su imagen de Inmaculada nos ayuda a superar también el erotismo del ambiente.

He ahí a tu madre




CONOZCAMOS AL SEÑOR
Y A SU EVANGELIO

“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la her­mana de su madre, María, mujer de Cleopás, y Ma­ría Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discí­pulo: « Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella ho­ra el discípulo la acogió en su casa.» (Jn 19, 25-27)
  •  Jesús está viviendo los últimos momentos de su vida pública an­tes de volver al Padre. Está consumando su sacrificio por obedien­cia al Padre y amor a los hombres. Ese sacrificio será fuente de vi­da nueva para la humanidad.
  •  Junto a la cruz de Jesús, María su Compañera y Colaboradora, es­tá como una Nueva Eva junto al Nuevo Adán ofreciendo la sangre del Señor para la redención de la humanidad.
  •  En ese momento sublime se repite algo similar a lo vivido en las Bodas de Caná: Jesús involucra explícitamente a María en su pro­yecto redentor. Ella jugará el papel de Madre y Educadora del nue­vo pueblo que está surgiendo de su costado abierto por la lanza.
  •  En los momentos críticos por los que pasa la Iglesia en su caminar por la historia, María vuelve a ser un referente clave. Ella vuelve a orientar a sus hijos diciéndoles “hagan lo que Él les diga”. Los orienta a la plena fidelidad al Señor.
La Iglesia en el mundo entero y concretamen­te en nuestra Patria está viviendo un momento realmente crítico. Al proceso progresivo de ale­jamiento de Dios o “fuga de la casa paterna”, se suma el desprestigio a los sacerdotes que se ha producido. La Iglesia vuelve a recurrir a María, Madre y Educadora en la fe, para que implore al Espíritu Santo que le regale sabiduría y for­taleza para cruzar este desierto y salir revitaliza­da. La herencia que el Señor nos dejó estando pendiente en la cruz la volvemos a experimen­tar como inapreciable tesoro. Ella nos tranquili­za y nos invita a renovar nuestro seguimiento a Jesús con mayor pureza y fidelidad