viernes, 24 de diciembre de 2010

La medicina a la luz de la encarnación


En el misterio de la Encarnación de Cristo se unen los dos elementos, lo investigable y lo ininvestigable, la ciencia y el misterio 
Autor: Cardenal Darío Castrillón Hoyos | Fuente: http://es.catholic.net



Es un momento históricamente muy significativo en el que nuestra mente y nuestro corazón buscan penetrar el misterio de la encarnación del Verbo, una verdad de fe que todavía nos parece difícil de aceptar con nuestra pobre inteligencia humana.

En el misterio de la Encarnación de Cristo se unen los dos elementos, lo investigable y lo ininvestigable, la ciencia y el misterio.Tenemos que hacer violencia a nuestra mente para descubrir en el misterio del desarrollo de un embrión humano al Verbo de Dios que se hace hombre.

Apenas hoy, 2000 años después del nacimiento de Cristo, estamos en condiciones de describir todas las etapas del proceso del desarrollo del embrión, pero seguimos echando mano de la fe para comprender que el Dios que da la vida, el Creador, el Señor de todas las cosas, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de la misma naturaleza del Padre(1),estuvo presente en todas y cada una de las fases del desarrollo embrionario. Ese y sólo ese es el significado profundo de la frase evangélica: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros".(2)

Hace dos mil años, un óvulo fue fecundado prodigiosamente por la acción sobrenatural de Dios.

¡Qué hermosa expresión: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios"!.(3) Así, de esa maravillosa unión, resultó un zigoto con una dotación cromosómica propia. Pero en ese zigoto estaba el Verbo de Dios. En ese zigoto se encontraba la salvación de los hombres.

Unos siete días después, se produjo el adosamiento del blastocito en la mucosa del endometrio y Dios se redujo a la nada que es un embrión humano. Pero ese embrión era el Hijo de Dios y en Él estaba la salvación de los hombres.

Ese huevo alecítico se fue desarrollando paulatinamente y, a medida que progresaba la segmentación del huevo, iniciaron su diferenciación y crecimiento los esbozos de tejidos, órganos y aparatos embrionarios. Y ese huevo alecítico era el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, y en Él estaba la salvación de los hombres, de todos los hombres, de cada ser humano(4).

Y, todavía en el primer mes del embarazo, cuando el feto medía ya de 0,8 a 1,5 centímetros, el corazón de Dios comenzó a latir con la fuerza del corazón de María, y comenzó a utilizar el cordón umbilical para alimentarse de su Madre, la Virgen Inmaculada.

El Verbo de Dios era absolutamente dependiente de un ser humano, pero poseía una total autonomía genética.

Todavía tendrían que trascurrir nueve meses en los que el Verbo de Dios flotó en el líquido amniótico, dentro de la placenta que le protegía del frío y del calor y le daba alimento y oxígeno, antes de nacer en Belén y ver el primer rostro humano, seguramente el de su Madre, con unos ojos recién abiertos.

Así fue como Jesucristo, llegó a ser el primogénito de toda criatura(5), el nuevo Adán de la nueva creación.

El Hijo de Dios redimió la creación desde la obra más maravillosa de ella, el ser humano. La redención del hombre comenzó desde un estado embrionario. Por eso, el médico católico debe pasar por esta lente para comprender su misión: el Hijo de Dios fue un zigoto, un embrión y un feto, antes de juguetear por las calles de Nazaret, predicar en las orillas del mar de Galilea, o morir crucificado en las afueras de Jerusalén. El Hijo de Dios asumió completamente y, sin rebajas, la vocación de ser hombre.

Medicina y creación 

La ciencia en el siglo XX ha cumplido grandes adelantos. Ha logrado individuar prácticamente todo el código genético humano, ha roto el misterio del origen de la vida y ha penetrado profundamente en el proceso de la concepción. Sin embargo, tiene todavía una asignatura pendiente: el estudio del hombre en cuanto hombre, en toda su hondura.

No el hombre como biología, ni el hombre como psicología, sino la esencia humana, el hombre en su profundidad: sus ideales, sus miedos más inconfesables, sus motivaciones, sus preguntas y sus respuestas, sus convicciones, su afectividad, su capacidad de superación, sus decepciones, su amor y su dolor.

Se puede decir que la ciencia se queda a las puertas del espíritu humano como ante un campo extraño en el que es imposible penetrar.

Pero hay una persuasión en el científico que se acerca con honradez al estudio del hombre: no todo termina en la genética, ni en la psicología, ni en la psiquiatría. Hay un espíritu que supera biología, física, química y matemáticas, que llama la atención, el mismo espíritu que hace posible toda investigación.

El hombre es una unidad psicosomática, soma y psique. Desde el estado embrionario encierra un misterio y una dignidad especial, la del ser espiritual. Y la medicina no se puede olvidar de esto.

Hoy, cuando vemos a seres humanos vivos usados como material de laboratorio o desechados en la forma de embriones congelados, cuando vemos a enfermos terminales aislados en salas equipadas con los últimos adelantos de la técnica, pero abandonados del afecto y la cercanía de los suyos, viene a la mente una pregunta: ¿no se está olvidando la ciencia de lo más profundo del hombre y no está simplemente despreciando aquello que se escapa de su campo de estudio?

El misterio del hombre es el misterio de un ser que es ciudadano de dos mundos.

¿Animal? sí. ¿Biológico? sí. Pero dotado de un espíritu inasible, insondable. Hijo de Dios, hermano de Jesucristo. Un ser que es social por naturaleza y que necesita de la presencia humana de los suyos para no sentirse extraño en su medio ambiente. Criatura imperfecta que sufre el dolor, pero criatura redimida por Cristo.

Las Unidades de Cuidados Intensivos donde tantos pacientes se debaten entre la vida y la muerte, han sido ocupadas por la técnica, y sea bienvenida, dejando fuera la presencia confortadora de la familia o el solícito apoyo espiritual del sacerdote. La técnica parece haber vencido sobre las consideraciones espirituales del ser humano, cuando realmente es necesaria la complementariedad: ¿técnica? sí; pero sin olvidar esa dimensión íntima del espíritu humano que se sigue escapando de las manos de la ciencia médica: "Sabed que el ser humano sobrepasa infinitamente al ser humano".(6) ¡Qué trágico ha de ser para un pediatra ver que de sus manos expertas, se escapa la vida del hijo!.

Frecuentemente da la impresión de que en el enfermo no se ve a una persona humana, sino a un individuo biológico; algo muy explicable dada la tecnificación del tratamiento médico, pero algo que no responde a la naturaleza humana del enfermo, persona que sufre, porque "el enfermo quiere sentir que la enfermedad es comprendida como un acontecimiento vital, y la sanación como un acto que ayuda a la vida, no como la mera reparación del defecto de una máquina. Pero a su vez, esto resulta imposible sin una determinada actitud ética, es decir, sin el profundo respeto a la vida y sin la correspondiente simpatía hacia ella. Acentuar todo esto no es sentimentalismo, antes al contrario, pertenece a la esencia de la actitud sanitaria".(7)

El hombre debe ejercer el dominio de la creación que Dios le ha encomendado,8 pero el dominio de la creación comienza por el dominio de sí mismo. El médico es seguramente alguien que vive con más claridad esta lucha por dominar la creación en la esfera de la vida y ponerla al servicio del hombre. Desde la investigación o las curas, él está luchando por captar en su profundidad los comportamientos de la naturaleza y orientarlos hacia el bien del ser humano, hacia la conservación de la vida. Pero no debe olvidar que esto lo debe hacer a partir de sí mismo, de las moléculas de su propio ser, desde sus propios dolores y ansiedades, desde sus temores y sus deseos de amar y ser amado, desde su vida y, sobre todo, desde su espíritu. El médico ve en sí mismo al hombre que atiende, experimenta en sí mismo lo que experimentan sus enfermos, y de ahí debe nacer una compasión y una cercanía humana muy especial con el que sufre, con el que recurre a él.

La medicina a la luz del misterio del dolor

Esta reflexión nos introduce en un misterio más al que se enfrenta la medicina en este fin de siglo: el misterio del dolor. El hombre de este siglo XX está enemistado con el dolor. Lo quiere erradicar a toda costa de su vida, pero ha comenzado a darse cuenta de que es imposible. El hedonismo nos ha llevado a buscar la salud perfecta, la eterna juventud, la plenitud de fuerzas prolongada el mayor tiempo posible. Y en medio de ese proyecto, la aparición de la enfermedad, del dolor, de la desolación, se convierte en algo amargo, inaceptable.

¿Dónde queda esa pretensión de perfección cuando el ser humano se encuentra ante enfermedades todavía incurables, como el SIDA? ¿Dónde queda la técnica cuando no tenemos a mano la píldora del remedio inmediato? ¿Dónde se sitúa la ciencia ante la ineludible realidad de la muerte? ¿Por qué el genio humano no ha podido todavía arrojar de su vida el lastre de la cruz?

La vida humana está llena de cruces que no nos podemos sacudir, miles de cruces que nos tocan de lejos o de cerca. Hay muchos dolores humanos que no encuentran remedio médico. Ante este problema, ¿qué actitud se puede tomar? ¿la del masoquista que se complace en el dolor? No, la del ser humano redimido por Cristo que ve en el dolor un camino de amor, la de Cristo ante la cruz.

"El dolor y la enfermedad forman parte del misterio del hombre en la tierra. 
Ciertamente, es justo luchar contra la enfermedad, porque la salud es un don de Dios. Pero es importante también saber leer el designio de Dios cuando el sufrimiento llama a nuestra puerta".(9)

Jesús no era un masoquista, pero amó el dolor que rechazaba.(10) Ahí está la base de la aceptación del dolor. Ahí está su enseñanza: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame".(11) Para ir en pos de Cristo hay que negarse a sí mismo y tomar esta cruz. "Los cristianos tienen que imitar los sufrimientos de Cristo, y no tratar de alcanzar los placeres. Se conforta a un pusilánime cuando se le dice: Aguarda las tentaciones de este siglo, que de todas ellas te librará el Señor, si tu corazón no se aparta lejos de él.

Porque precisamente para fortalecer tu corazón vino él a sufrir, vino él a morir, a ser escupido y coronado de espinas, a escuchar oprobios, a ser, por último, clavado en una cruz. Todo esto lo hizo él por ti, mientras que tú no has sido capaz de hacer nada, no ya por él, sino por ti mismo".(12) "Desde hace dos mil años, desde el día de la pasión, la cruz brilla como suprema manifestación del amor que Dios siente por nosotros. Quien sabe acogerla en su vida, experimenta cómo el dolor, iluminado por la fe, se transforma en fuente de esperanza y salvación".(13)

El signo de los discípulos de Cristo es esta aceptación generosa del sufrimiento, algo absurdo para el hombre de hoy y de siempre, una necedad,(14) quizás porque, como dice San Pablo, "el hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas".(15) Y volvemos a la realidad del espíritu del hombre, algo que supera el alcance de la ciencia.

San Basilio señalaba que: "A menudo, sin embargo, las enfermedades son castigos por los pecados, enviadas para nuestra conversión. El Señor, está escrito, castiga al que ama.(16) Y más aún: "Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos. Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos castigados. Mas, al ser castigados, somos corregidos por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo".(17)

Por ello, si nos encontramos en condiciones similares, habiendo reconocido nuestras culpas y abandonado el uso de la medicina, debemos soportar en silencio esas penas, de acuerdo a aquél que dice: "La cólera de Yahveh soportaré, ya que he pecado contra él"(18); y debemos también enmendarnos, hasta comer los dignos frutos de la penitencia, recordando de nuevo al Señor que dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor»(19y20).

La enfermedad es, también, entonces, camino de conversión.

Su Santidad Juan Pablo II es un maestro del significado del dolor, que nos ha enseñado a encontrar el sentido de este misterio que atenaza al hombre. Él es un Papa muy cercano al sufrimiento humano. Se identifica fácilmente con el dolor de los enfermos, comparte la desgracia ajena, se interesa por todo aquello en lo que el hombre aparece agredido física o espiritualmente.

Todavía recuerdo, por ejemplo, el momento en que en una visita apostólica a Brasil, un niño de las favelas rompió el cordón de seguridad y se acercó al Santo Padre para pedirle una limosna. El Papa se quitó su anillo y se lo dio. Detrás de este gesto se descubre el corazón de un hombre compasivo cercano al dolor ajeno.

Viendo a Juan Pablo II se puede afirmar aquella frase de San Pablo: "Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia".(21) Precisamente, con este pensamiento comienza el Papa su carta apostólica Salvifici Doloris. En ella recoge sus profundas reflexiones sobre el sentido del sufrimiento humano unido a la cruz de Jesucristo.

El sufrimiento, según el profundo pensamiento del Papa Juan Pablo II, es "verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él, el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión".(22)

El dolor es el momento profundo en que el ser humano se encuentra consigo mismo.

Los que han trabajado en la pastoral de la salud saben la verdad tan dramática que se encuentra detrás de esta afirmación. El dolor es un momento en que el hombre se presenta cara a cara ante sí mismo, sin tapujos, sin atenuaciones, sin falseamientos.

El Papa ha dicho también que el dolor es una prueba,(23) una prueba que evidencia el amor, que hace presente el amor de Dios en el mundo. El sufrimiento humano es muchas veces una expresión de amor. El dolor por el ser querido que ya no está junto a nosotros es un modo nuevo de expresarle nuestro amor. El mismo amor que antes se evidenciaba en caricias o abrazos, ahora se hace dolor por la ausencia.

Amor y dolor forman un binomio que va estrechamente unido en nuestra fe cristiana.

Amor y dolor son realidades que se implican, que viven estrechamente unidas en la imaginería cristiana que llena nuestras iglesias, nuestro templos, y en lo más profundo del corazón de los cristianos. Amor hacho dolor y dolor siempre vivido en el amor, siguiendo el ejemplo de Cristo.

El dolor sin amor sólo engendra amargura y desesperación, rebeldía y desesperanza. El amor sin dolor es frágil, superficial, incompleto, antojadizo. La cultura en la que vivimos inmersos promete la felicidad en esta vida y se presenta como al alcance de la mano, algo fácil de construir sin demasiado esfuerzo, pero los seres humanos sabemos por experiencia que la felicidad en el amor requiere de la donación personal sacrificada. El dolor puede ser un camino hacia el amor y al amor auténtico y completo sólo se llega por el dolor de la abnegación personal de sí mismo en favor del otro.

El dolor es también un camino de esperanza gracias a la Resurrección de Jesucristo. Eso es lo que refleja el rostro de la Piedad de Miguel Ángel: hay un dolor por su Hijo muerto y, al mismo tiempo, una serena esperanza confiada en que no todo acaba ahí. Hay un después. El dolor no es el fin de la existencia humana, sino un paso, una Pascua hacia la salvación. El dolor es salvífico.

El dolor vivido con sentido de eternidad es un signo de esperanza para el mundo de hoy. Igual que el "Buen Ladrón" del Evangelio se conmueve y se convierte al contemplar el sufrimiento de Jesucristo,(24) así, la respuesta cristiana ante el sufrimiento humano es seguramente uno de los más grandes signos de credibilidad del Evangelio.

Aceptar el dolor y servir al que sufre son los grandes mensajes del cristianismo actual a un mundo insolidario que muchas veces desprecia al que sufre. El dolor vivido en el sacrificio por el otro es el signo del discípulo de Cristo: "Celebrar la Eucaristía comiendo su carne y bebiendo su sangre significa aceptar la lógica de la cruz y del servicio. Es decir, significa estar dispuestos a sacrificarse por los demás, como hizo Él".(25)

El Papa Juan Pablo II ve su sufrimiento como un servicio a la Iglesia.

Sufrir es servir, dice en la Carta Apostólica Salvifici Doloris.(26) Es completar el sacrificio de Jesucristo en favor de la Iglesia. El Papa ve su sufrimiento como un modo de vivir su identidad de "Siervo de los siervos de Dios". Un hombre que tiene como vocación el no vivir para sí mismo, sino para los demás.


La medicina a la luz del misterio del amor.

Este último pensamiento nos introduce en la clave de bóveda de la profesión médica, de hoy y de siempre: el amor por el hombre. La medicina no es una ciencia teórica que simplemente enuncia leyes y teorías siguiendo el método empírico-teórico. Es algo más, es una ciencia puesta al servicio del hombre en lo más valioso que tiene, en la vida, porque es la base de los demás dones.

La medicina es una ciencia que se hace servicio y el servicio es la palabra más exacta para definir la actitud de Cristo hacia el hombre durante su vida entre nosotros: servir y dar su vida en rescate por muchos.(27) El médico, la enfermera, el agente sanitario, también es alguien que sirve y da su vida por muchos hombres. Desde sus estudios, el médico, la enfermera, el agente sanitario, ponen su vida al servicio de los demás en el sacrificio de sí mismos. ¡Cuántos desvelos por el enfermo, cuántas horas de entrega, cuántas privaciones, cuántos sacrificios hechos por amor en la atención al prójimo que sufre!.

La medicina es amor que pone remedio al dolor.

Es misericordia, acercamiento amoroso al enfermo, que es visto como prójimo que sufre. Es técnica que estudia para remediar el dolor. Es ciencia que se aproxima al ser humano, pecador, pero hijo amadísimo de Dios. La medicina es una disciplina que descubre en el hombre su elevada dignidad y se dirige a Dios como referencia última de esa dignidad que sobrepasa los límites de su conocimiento: "¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella.

Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno".(28) El enfermo no es sólo el objeto de estudio de la medicina, sino el prójimo al que se sirve con la entrega generosa de la propia vida y con la admiración de quien sabe que se encuentra ante un ser que encierra una dignidad y un misterio: la dignidad de hijo de Dios y el misterio de la inhabitación trinitaria.

En este sentido, la ciencia médica es un don de Dios que permite al hombre redimir uno de los efectos más visibles que el pecado ha dejado en su naturaleza: la enfermedad. San Basilio lo explicaba con un lenguaje que nos resulta muy elocuente en su sencillez:

"En efecto, cuando nuestro cuerpo yace enfermo, abatido por las enfermedades o por molestias de diversa naturaleza, ya sea por causas externas, o internas, por causa de los alimentos ingeridos y sufre ora por el exceso, ora por la carencia, entonces Dios, moderador de nuestra existencia nos ha concedido el don de la ciencia médica, gracias a la cual se redimensionalo superfluo y se acrecienta lo que se encuentra en proporciones muy reducidas. De hecho, del mismo modo que, si nos encontrásemos en el Paraíso, no tendríamos de ningún modo necesidad ni de conocer ni de practicar la agricultura, de la misma manera, si fuésemos inmunes a las enfermedades, como antes de la caída, no haría falta la ayuda de ninguna medicina para curarnos. Sin embargo, después de haber sido expulsados de aquel lugar y después de haber oído: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan",(29) habiendo gastado muchos esfuerzos para cultivar la tierra, hemos inventado el arte de la agricultura para mitigar los dañinos efectos de la maldición divina, mientras Dios mismo favorecía en nosotros la inteligencia y el conocimiento de aquel arte.

Pues bien, del mismo modo, dado que nos ha sido ordenado volver a la misma tierra de la cual habíamos sido formados y estamos ligados a nuestra dolorosa carne, destinada a la muerte a causa del pecado y sujeta por ello a las enfermedades, se nos ha ofrecido también la ayuda de la medicina, para que en ciertas ocasiones y en cierta medida, los enfermos pudieran curarse.

Así, no es casual que hayan germinado en la tierra las plantas destinadas a curar cada enfermedad; es más, han sido suscitadas por la voluntad del Creador, para que atenuasen nuestros males. Precisamente, por este motivo, aquella eficacia curativa natural escondida en las raíces, en las flores, en las hojas, en los frutos, en los jugos así como todo aquello que los metales o el mar tienen de terapéutico, en nada se diferencia de los elementos análogos descubiertos en los alimentos o en las bebidas.

Los cristianos deben preocuparse de servirse de la medicina, cuando sea necesario, en tal modo que no atribuyan a ella todas las causas de su buena o mala salud, sino de usar los medios que ella nos ofrece para dar gloria a Dios...

De todas formas, y ciertamente no por el hecho de que algunos utilicen neciamente la medicina, tenemos que renunciar a su utilidad. En efecto, no porque ciertos intemperantes, practicando el arte de la cocina o de la repostería o de la moda, abusan en la concepción de cosas voluptuosas, sobrepasando los límites de la necesidad; por esto todas las artes deben ser rechazadas por nosotros...

Se nos da el beneficio de la buena salud, ya sea por medio del vino mezclado con aceite,30 como en el caso de aquél que se encontró con los ladrones, ya sea por medio de los higos, como en Ezequías.(31 y 32)

El médico y el agente sanitario colaboran en la lucha contra los efectos del pecado, última causa de la enfermedad. Los médicos saben lo que significa ese rescate de nuestro cuerpo (33) del que habla San Pablo. Su lucha contra el mal biológico es un signo del amor de Dios que sigue reconquistando la creación por medio del hombre.

El agente sanitario usa los dones de Dios para servir a sus hermanos.

Si el hombre, todo hombre, puede colaborar con Dios en su acción salvífica; por la medicina, lucha contra el desorden que ha dejado el pecado en el mundo. Médicos y agentes sanitarios, sean signos de este amor de Dios hacia el hombre. Sean hombres y mujeres que ponen su vida al servicio del hombre combatiendo el mal y venciéndolo con el bien.

Sean instrumentos de la misericordia de Dios, sean presencia del amor redentor de Cristo que acoge y cura. No dejen que su vocación se pierda en un pragmatismo frío y distante que no ve más allá de unas técnicas y unas leyes naturales. El médico, el agente sanitario, puede ser un signo del amor de Dios entre los hombres, sus hermanos, el que pone su corazón enmedio de las miserias humanas. Eso es la misericordia, la debilidad de Dios y nuestra fortaleza.

En dos mil años, el ser humano ha aprendido muchas cosas. 

Ha establecido una relación más profunda con la realidad que lo rodea. Se puede decir que ahora conoce con mayor exactitud el mundo creado, desde el macrocosmos hasta el microcosmos. Ha descubierto las leyes que rigen la vida y las causas de la enfermedad, lejos ya de las antiguas conjeturas sin base científica.

En los últimos siglos ha dado pasos de gigante en la penetración de los grandes procesos de la vida humana. Precisamente por eso, ahora que conocemos más al hombre, ahora que la medicina ha penetrado mejor el secreto de la transmisión de la vida, ahora que avanzamos en la técnica y en la ciencia médica, avancemos también en el mayor respeto de este maravilloso don de Dios.

De nada valdría todo el esfuerzo científico si este no se tradujese en un servicio más completo hacia cada ser humano en el respeto de su integridad y en la piadosa consideración de la riqueza espiritual que se nos manifiesta en sus obras y, sin embargo, se nos escapa de nuestros instrumentos de estudio. Respetemos al hombre, amemos al hombre, protejamos su misterio, su espiritualidad.

Cerremos estas ideas refiriéndonos a María Santísima, la Madre que dio su sí generoso para la Encarnación del Verbo (34), y que acompañó en el Calvario a Cristo herido,(35) cubierto de llagas, maltratado, con la sed de los moribundos(36).

La realidad del Calvario es la que se vive en muchas urgencias. María acompaña al herido sangrante y amoratado en una escena que puede llevar consuelo a las salas de urgencias. Está él, y desde su cruz de herido terminal, mira a su Madre de la que recibe consuelo. Por eso, los cristianos, cuando nos sentimos agobiados por el dolor, hemos aprendido de Cristo a buscar refugio en los brazos de María, como el niño que se encuentra ante algún peligro y corre al seno de su madre para desahogarse en llanto. Que Ella, consoladora de los afligidos, auxilio de los enfermos, nos acompañe y nos ayude a investigar todo lo investigable y a venerar silenciosa y humildemente lo ininvestigable.

Si deseas ver las imágenes 3D y 4D de un embrión en sus primeras semanas de vida en el vientre materno, en las cuatro primeras imágenes, haz clic, para ver el video


NOTAS

1 Cf Credo Niceno-constantinopolitano.
2 Cf Juan 1,14.
3 Lucas 1,35.
4 Cf Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus 12-15, 6 de agosto de 2000.
5 Cf Colosenses 1,15-16.
6 “Apprenez que l´homme passe infinitment l´homme”, BLAS PASCAL, Pensées.
7 ROMANO GUARDINI, Ética, lecciones en la Universidad de Munich, c 11, 2, BAC, Madrid 1999, p 715.
8 Cf Génesis 1,28-30; 9,7.
9 JUAN PABLO II, Homilía con ocasión del Jubileo de los enfermos y de los agentes sanitarios, Roma, 11 de febrero de 2000.
10 Cf Mateo 26,39.
11 Cf Mateo 16,24; Marcos 8,34; Lucas 9,23.
12 SAN AGUSTÍN, Sermón sobre los pastores, Sermón 46,10-11.
13 JUAN PABLO II, Homilía con ocasión del Jubileo de los enfermos y de los agentes sanitarios, Roma, 11 de febrero de 2000.
14 “Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres” (1 Corintios 1,18-25).
15 1 Corintios 2,14.
16 Proverbios 3,12.
17 1 Corintios 11,30-32.
18 Miqueas 7,9.
19 Juan 5,14.
20 BASILIO IL GRANDE, Regole lunghe, 55,1-5.
21 Colosenses 1, 24.
22 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Salvifici Doloris 31, 11 de febrero de 1984.
23 Cf Salvifici Doloris 23.
24 Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lucas 23,39-43).
25 JUAN PABLO II, Homilía durante la clausura de la XV Jornada Mundial de la Juventud, Tor Vergata, Roma, 20 de agosto de 2000, 5.
26 Cf Salvifici Doloris 27.
27 Cf Mateo 20,28; Marcos 10,45.
28 SANTA CATALINA DE SIENA, Il dialogo della Divina provvidenza, 13: ed. G. Cavallini (Roma 1995) p. 43.
29 Génesis 3,19.
30 Cf Lucas 10,30-34.
31 Cf 2 Reyes 20,7.
32 BASILIO IL GRANDE, Regole lunghe, 55,1-5
33 "La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo" (Carta de San Pablo a los Romanos 8,20-23).
34 Cf Lucas 1,38.
35 Cf Juan 19,25. 
36 Cf Juan 19,28.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Virgen del Carmen Reina del Sótero

En el mes de Abril, la Virgen del Carmen regalada por el Papa  Benedicto XVI con  motivo del Bicentenario, inició un peregrinaje  por todo  Chile  haciendo llegar  a todos  su consuelo Maternal  en esta tierra afectada por grandes catástrofes, por cambios políticos y por la celebración del bicentenario,  enseñando a quién la acepta  a  sentirse  Misioneros de Cristo.


Hace ya un par de meses  los miembros de la  Pastoral Hospitalaria del complejo asistencial recibieron el emocionante  anuncio de parte del Padre Jaime Fernandez  M. Vicario de la Pastoral Hospitalaria del Arzobispado de Santiago: María, la Virgen Misionera  También vendría a nuestro Hospital

 ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? (Lc 1,43)

Con gran alegría en los corazones, todos los miembros de la Pastoral Hospitalaria en un mismo espíritu   iniciaron   los preparativos para este encuentro. Cada uno por separado y  reuniéndose  cada vez con mayor  frecuencia,  fueron delineando la ruta, las estaciones que  rendirían homenaje a la Virgen  y preparando  los detalles que inspira la Cercanía de la Madre. Un deseo común es manifiesto  en el corazón de los organizadores y  miembros de la Pastoral:
”Queríamos que todo el  Complejo, Pacientes  y  Funcionarios  sintieran la visita de la madre”.

El día de la visita desde temprano se observaba un ambiente diferente, alegre, festivo, se veían personas hermoseando los lugares donde se detendría la Peregrina , revisando los detalles y aportando los medios a su alcance, el voluntariado de Cáritas trajo rosarios y estampas, se elaboraron encintados de recuerdo,  y la gente se empezó a reunir. No exentos de contratiempos, El Director, por un  asunto de última hora, se excusó  enviando una representante en su lugar,  se nos presentaron algunos detalles  imprevistos, pero claro, María es Madre y  nos lo solucionó de manera admirable.

Empezamos la recepción, el Espíritu actuó y empezaron las vivas y las alabanzas espontaneas a la Madre,  El Capellán del Casr  Padre Lorenzo Baderna  abre la  ceremonia  y luego de los saludos formales de la Dra. Elisa Llach y un esquinazo del Grupo Folklórico, se dió paso a la procesión   que rodeó con rezos y cantos las instalaciones del Casr. Se  prepararon 7 estaciones  de detención en cuyo punto  fueron bendecidos los servicios colindantes.
Se ofrecieron pétalos de flores al paso de la virgen.


El emotivo encuentro contó con la participación de nuestro Vicario pastoral Padre Jaime Fernandez, el Vicario Episcopal para la zona del Maipo   el Padre Aldo Coda, Representantes de la Comunidad Barnabita, a la cual pertenece el Capellán del Casr., Su Párroco el Padre Paulo Talep,  Diáconos Patricio Epuñan y Patricio Navia éste último, en representación del Hospital Padre Hurtado y su Pastoral de la Oración,  representantes de los seminaristas  Barnabitas y   agrupaciones de voluntariado: Cáritas, Legión de María, Damas de Rojo, entre los asistentes  y un número considerable de pacientes, funcionarios y amigos.

Bajo los árboles de la plaza central del Casr, La hermosa imagen de la Virgen  presidió la liturgia en  las palabras del Padre Aldo, Del Diácono Patricio Epuñan, Del Dr. Juan Villagrán y  en los  demás lectores y en el Coro del Dr. Anuch.
Muchos funcionarios, pacientes, ancianos, jóvenes y niños, se acercaron en este día, algunos con lágrimas en los ojos, para estar cerca de nuestra Madre para hacerle llegar sus suplicas y darle las gracias por tantos favores concedidos.
Y la fe de la gente expresada en esperanza, confianza, en rosarios agotados y oraciones distribuidas,  en cantos emocionados y lágrimas a la partida de nuestra Madre, la que  nos guía, como peregrinos que somos, hacia Jesucristo, a la “Patria Celestial”.

Se Apreció  el compromiso de los  hermanos de la Pastoral, la cooperación  desde distintos ámbitos, según las propias capacidades: escribiendo cartas,  haciendo afiches, labores de difusión,   coordinando  con la Dirección del Hospital, decorando,  guiando la procesión, leyendo en la Liturgia, cantando,  formando un  solo cuerpo, haciendo Iglesia, donde  todos se entregan con  alegría  a sembrar  la unión a través del amor a Jesucristo  y el respeto al ser humano.

Nuestra Madre María del Carmen,  Reina de Chile, Reina del Sótero (como la alabamos en la procesión) es desde ahora un miembro más de la pastoral  Hospitalaria, y para hacerlo patente se le  prendió nuestra insignia al cinto.

              Porque el más hermoso  adorno de una Madre
                             Es la Piedad de sus Hijos….

Visita de la imagen de la Virgen a los hospitales

La visita de la imagen a los hospitales despertó mucha vida. El 3 de noviembre comenzó en el Hospital Roberto del Río, San José y luego e Instituto Nacional del Cáncer. Fue una experiencia llena de calidez y fe. El 16 de noviembre visitó el Hospital Sótero del Río. (ver nota aparte)
El 24 visitó el Hospital Exequiel González Cortés y, a pesar del paro, tuvo muy buena recepción. El 27 al Hospital Barros Luco. Una visita llena de bandas y bailes, muy animada. La última visita a hospitales será al complejo del Hospital del Salvador el 10 de diciembre. Más adelante completaremos las crónicas.

La vida de nuestra Iglesia

El nacimiento de la Iglesia en América, tan lejos de su centro vital en Roma y en un tiempo en que las comunicaciones eran tan difíciles, hizo que psicológicamente se produjera falta de interés acerca de los acontecimientos de la Iglesia en el mundo. Eso, de alguna manera, se ha continuado en el tiempo a pesar de las comunicaciones expeditas. Es común que católicos comprometidos no estén enterados ni de los acontecimientos importantes de la Iglesia ni de los documentos emanados de la Santa Sede. Por ejemplo, para muchos católicos es algo lejano el que el Papa haya mandado la Exhortación Apostólica Verbum Dei. Normalmente serán pocos los que la lean. Más aún, son pocos los que saben en qué consisten esas “Exhortaciones”, fruto de los Sínodos de Obispos que trazan orientaciones de fondo para la Iglesia. Los objetivos de este último documento pontificio son “comunicar los resultados de la asamblea sinodal, redescubrir la Palabra de Dios, fuente constante de renovación eclesial”, así como “promover la animación bíblica de la pastoral, ser testimonios de la Palabra” y por último “emprender una nueva evangelización”.
Aparecida hace un llamado al discipulado e impulsa a dar un paso de maduración como Iglesia y eso significa que debemos comenzar a preocuparnos por lo que sucede en ella. Es preciso superar la realidad de que los católicos se enteren de lo que sucede en su Iglesia a través de una prensa que sólo destaca los escándalos.
En esa línea, quisiéramos comentar que Benedicto XVI convocó a todos los miembros del Colegio Cardenalicio a una jornada especial de “reflexión y oración” para analizar en común las nuevas realidades que preocupan a la Iglesia. Los convocó para la víspera del Consistorio en que nombró 24 nuevos Cardenales a los que el sábado 20 les entregó las insignias del nuevo cargo. Ciento cincuenta cardenales se reunieron con el Papa para debatir algunas de las cuestiones más espinosas para la Iglesia católica en este momento: los casos de curas pederastas, la falta de libertad para los cristianos que viven en zonas conflictivas del planeta, sobre todo en Oriente Próximo, y la apertura de la Iglesia católica a los anglicanos que quieran volver.
Al mirar los temas que se trataron, es fácil percibir las preocupaciones actuales de la Iglesia. El encuentro se llevó a cabo en el Aula Nueva del Sínodo del Vaticano. El secretario de Estado, Tarcisio Bertone, abordó el tema de la libertad religiosa en el mundo debido a que estamos pasando por un período en que están recrudeciendo las persecuciones a los cristianos especialmente en el mundo musulmán. El prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Antonio Cañizares Llovera, reflexionó sobre “la liturgia en la vida de la Iglesia hoy” buscando dar un nuevo impulso en ese campo. Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, recordó los diez años de la declaración “Dominus Iesus”. Cerró la jornada William Levada, jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien habló sobre la constitución “Anglicanorum coetibus”, que abre las puertas a la conversión masiva de anglicanos al catolicismo. Hizo consciente que estamos viviendo un proceso que vuelve a incentivar el anhelo de llegar a ser “un solo rebaño, bajo un solo pastor”. Recordó que el 8 de noviembre cinco obispos anglicanos de la Iglesia de Inglaterra anunciaron su renuncia a la Iglesia anglicana y su resolución de unirse, en un ordinariato personal, en plena comunión con la Iglesia católica. Por último, se reflexionó acerca de cómo dar “respuesta como Iglesia a los casos de abuso”, esto es, al doloroso tema de la pederastia.
Poco antes, los días 6 y 7 de noviembre, Benedicto XVI visitó España. La prensa mundial destacó los aspectos tristes y negativos de esa visita, especialmente por las manifestaciones gay al paso del Papa. En cambio la Conferencia Episcopal Tarraconense y el arzobispo de Santiago consideran que se abrió una nueva etapa de renovación espiritual. Escribieron cartas de agradecimiento. “Nos proponemos y proponemos a todo el pueblo cristiano que peregrina en Cataluña, una nueva primavera del espíritu, un nuevo impulso evangelizador al servicio de toda la sociedad y una generosa entrega a los más pequeños y necesitados”, señalan los obispos de Cataluña.
Estos comentarios pretenden ayudarnos a estar dispuestos para seguir la vida de la Iglesia en todo el mundo. Ese esfuerzo por estar bien informado  es un signo de madurez cristiana.

Habra un solo rebaño

Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí,  para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí (Jn 17, 18-23)
  •    En la llamada “Oración Sacerdotal”, Jesucristo ora por la unidad. El anhelo de que haya un solo rebaño bajo un solo pastor ha permanecido vivo en la Iglesia a lo largo de los siglos.
  •  La unidad no sólo es signo distintivo, sino que es expresión de la esencia misma de la Iglesia como sacramento de unidad y reflejo de la Santísima Trinidad.

Las insidias del demonio en contra de la Iglesia han estado siempre dirigidas a crear división en su interior. Al aparecer pequeños signos de la vuelta a la unidad de los cristianos vuelve a surgir con toda su fuerza ese anhelo.