miércoles, 14 de diciembre de 2011

ADVIENTO A LA LUZ DEL NUEVO IMPULSO


En el Boletín anterior dimos a conocer la Carta Apostólica del Santo Padre, Porta Fidei, invitando a todos los católicos a prepararse para vivir un año delafeafindedaruncauce fecundo a esa nueva evange- lización a que nos llamó Juan Pablo II. Nos invita a purificar, profundizar y vivificar la fe. Ahora, aprovechando el clima propio del Adviento quisiéramos reflexionar un poco acerca del clima interior con que debemos responder al llamado del Papa. Nos interesa saber cómo cultivar la fe.
El tiempo de Adviento crea el clima adecuado para el cultivo de la fe. Se dice con toda razón que lo propio del Advineto es el anhelo. Ese sentimiento es también el que permite crecer en la fe. Ángel Silecius decía “la medida del anhelo es la medida de la gracia”. Solamente un hombre que tiene profundos anhelos tiene un corazón dispuesto para recibir el don de Dios.
Tal vez conviene comenzar diciendo que la fe, tal como se entiende en la Iglesia, es un don gratuito de Dios que consiste en la par- ticipación en la vida de Cristo que se hace para nosotros Camino, Verdad y Vida. La participación en la vida divina es imposible para nosotros por nuestros propios medios. Es un don que debemos anhelar y pedir. El anhelo nace y crece en la medida en que percibimos nuestra impotencia, pero nos abrimos a la promesa que nos ha hecho el Señor. Nuestra vida no tiene sentido en sí misma. Sería miserable si sólo se orientara a una vejez llena de achaques para terminar en el cementerio. La promesa del Señor nos abre perspectivas extraordinarias. Estamos llamados a compartir la vida del mismo Dios y tenemos una habitaciónen la casa del Padre para ser felices para siempre. Miramos nuestra pequeñez e impotencia y nos abrimos a la promesa. El corazón se llena de esperanza y anhelo. Los pequeños placeres de la vida terrena nos puesden encandilar y distraer. Se nos puede perder la perspectiva del cielo y sentimos la satisfacción del momento, pero a la larga se siente el vacío y el sin sentido. La humanidad actual está pasando por una tremenda crisis de sin sentido y eso ha hecho cundir la desintegración social, el malestar y la agresividad. Esto hace urgente volver a anunciar la Buena Nueva de Jesucristo que nos abre las puertas de la vida plena.
La fe debe ser anhelada y acogida. Es don misterioso y gratuito que se renueva con los sacramentos, la lectura de la Escritura y la oración, sin embargo, acogerla significa hacer la voluntad del Señor. “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”. La auténtica fe repercute en la vida real: cambia los criterios y se hace fecunda en las obras del amor. No basta con las puras proclamaciones. Hay que acoger la fe y permanecer en ella. Jesús, al explicar la relación que quería tener con nosotros a través de la alegoría de la vida y los sarmientos, insiste en que hay que permanecer en el amor, ser fieles al dejar que la fe im- pregne toda la vida.
Para poder hacer un anuncio creíble, tenemos que tener una fe viva. Es eso lo que ha motivado al Santo Padre a invitarnos a este proceso de purificación, profundización y vitalización de la fe. Un hombre compenetrado de la fe experimenta la paz que ofreció Cristo antes de partir al Huerto de los Olivos. “Mi paz les dejo, mi paz les doy”. Esa paz sólo brota por una auténtica acogida del don gratuito de la fe. Esa paz se irradia y hace creíble el mensaje de la Buena Nueva. Toda la organi- zación de la Iglesia, todos los ritos y normas se orientan a una fe viva y difusiva.
Pidámosle a la Virgen de Adviento que nos comunique su anhelo para que podamos llegar a ser verdaderos hombres de fe. 

El adviento de María


«Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen despo- sada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significa- ría aquel saludo. El ángel le dijo: “No temas, María, por- que has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Al- tísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su pa- dre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” El ángel le res- pondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, tam- bién Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios”. Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu pa- labra”.» Lc 1, 26-37
  • El adviento de toda la humanidad a la espera del cumplimiento de la promesa se concentra en una joven israelita que vive en una al- dea de Galilea.
  • María no se consideraba digna de ser la madre del Mesías prometido y decide permanecer virgen y es precisamente ella la elegida.
  • Después del anuncio del arcángel comienza el adviento más íntimo, cálido y gozoso de la historia. Con todo su ser María espera a su Señor.

    En un tiempo en que cunde la indiferencia frente a Dios, el anhelo con que María abre su corazón a su venida debe impulsarnos a crecer en esa actitud que permite que su venida sea fecunda en cada uno.