«Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una
ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen despo-
sada con un hombre llamado José, de la casa de David;
el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo:
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se
conturbó por estas palabras, y discurría qué significa-
ría aquel saludo. El ángel le dijo: “No temas, María, por-
que has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir
en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Al-
tísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su pa-
dre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su
reino no tendrá fin”. María respondió al ángel: “¿Cómo
será esto, puesto que no conozco varón?” El ángel le res-
pondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de
nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, tam-
bién Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez,
y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril,
porque ninguna cosa es imposible para Dios”. Dijo María:
“He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu pa-
labra”.» Lc 1, 26-37
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El adviento de toda la humanidad a la espera del cumplimiento de
la promesa se concentra en una joven israelita que vive en una al-
dea de Galilea.
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María no se consideraba digna de ser la madre del Mesías prometido y decide permanecer virgen y es precisamente ella la elegida.
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Después del anuncio del arcángel comienza el adviento más íntimo,
cálido y gozoso de la historia. Con todo su ser María espera a su Señor.
En un tiempo en que cunde la indiferencia frente a Dios, el anhelo con que María abre su corazón a su venida debe impulsarnos a crecer en esa actitud que permite que su venida sea fecunda en cada uno.