En el Boletín anterior dimos
a conocer la Carta Apostólica
del Santo Padre, Porta Fidei,
invitando a todos los católicos
a prepararse para vivir un año
delafeafindedaruncauce
fecundo a esa nueva evange-
lización a que nos llamó Juan
Pablo II. Nos invita a purificar,
profundizar y vivificar la fe.
Ahora, aprovechando el clima
propio del Adviento quisiéramos reflexionar un poco acerca del clima interior con que
debemos responder al llamado
del Papa. Nos interesa saber
cómo cultivar la fe.
El tiempo de Adviento crea el clima adecuado para el cultivo de la fe. Se dice con toda razón que lo propio del Advineto es el anhelo. Ese sentimiento es también el que permite crecer en la fe. Ángel Silecius decía “la medida del anhelo es la medida de la gracia”. Solamente un hombre que tiene profundos anhelos tiene un corazón dispuesto para recibir el don de Dios.
Tal vez conviene comenzar diciendo que la fe, tal como se entiende en la Iglesia, es un don gratuito de Dios que consiste en la par- ticipación en la vida de Cristo que se hace para nosotros Camino, Verdad y Vida. La participación en la vida divina es imposible para nosotros por nuestros propios medios. Es un don que debemos anhelar y pedir. El anhelo nace y crece en la medida en que percibimos nuestra impotencia, pero nos abrimos a la promesa que nos ha hecho el Señor. Nuestra vida no tiene sentido en sí misma. Sería miserable si sólo se orientara a una vejez llena de achaques para terminar en el cementerio. La promesa del Señor nos abre perspectivas extraordinarias. Estamos llamados a compartir la vida del mismo Dios y tenemos una habitaciónen la casa del Padre para ser felices para siempre. Miramos nuestra pequeñez e impotencia y nos abrimos a la promesa. El corazón se llena de esperanza y anhelo. Los pequeños placeres de la vida terrena nos puesden encandilar y distraer. Se nos puede perder la perspectiva del cielo y sentimos la satisfacción del momento, pero a la larga se siente el vacío y el sin sentido. La humanidad actual está pasando por una tremenda crisis de sin sentido y eso ha hecho cundir la desintegración social, el malestar y la agresividad. Esto hace urgente volver a anunciar la Buena Nueva de Jesucristo que nos abre las puertas de la vida plena.
El tiempo de Adviento crea el clima adecuado para el cultivo de la fe. Se dice con toda razón que lo propio del Advineto es el anhelo. Ese sentimiento es también el que permite crecer en la fe. Ángel Silecius decía “la medida del anhelo es la medida de la gracia”. Solamente un hombre que tiene profundos anhelos tiene un corazón dispuesto para recibir el don de Dios.
Tal vez conviene comenzar diciendo que la fe, tal como se entiende en la Iglesia, es un don gratuito de Dios que consiste en la par- ticipación en la vida de Cristo que se hace para nosotros Camino, Verdad y Vida. La participación en la vida divina es imposible para nosotros por nuestros propios medios. Es un don que debemos anhelar y pedir. El anhelo nace y crece en la medida en que percibimos nuestra impotencia, pero nos abrimos a la promesa que nos ha hecho el Señor. Nuestra vida no tiene sentido en sí misma. Sería miserable si sólo se orientara a una vejez llena de achaques para terminar en el cementerio. La promesa del Señor nos abre perspectivas extraordinarias. Estamos llamados a compartir la vida del mismo Dios y tenemos una habitaciónen la casa del Padre para ser felices para siempre. Miramos nuestra pequeñez e impotencia y nos abrimos a la promesa. El corazón se llena de esperanza y anhelo. Los pequeños placeres de la vida terrena nos puesden encandilar y distraer. Se nos puede perder la perspectiva del cielo y sentimos la satisfacción del momento, pero a la larga se siente el vacío y el sin sentido. La humanidad actual está pasando por una tremenda crisis de sin sentido y eso ha hecho cundir la desintegración social, el malestar y la agresividad. Esto hace urgente volver a anunciar la Buena Nueva de Jesucristo que nos abre las puertas de la vida plena.
La fe debe ser anhelada y acogida. Es don misterioso y gratuito que
se renueva con los sacramentos, la lectura de la Escritura y la oración,
sin embargo, acogerla significa hacer la voluntad del Señor. “Ustedes
son mis amigos si hacen lo que yo les mando”. La auténtica fe repercute en la vida real: cambia los criterios y se hace fecunda en las obras
del amor. No basta con las puras proclamaciones. Hay que acoger la
fe y permanecer en ella. Jesús, al explicar la relación que quería tener
con nosotros a través de la alegoría de la vida y los sarmientos, insiste
en que hay que permanecer en el amor, ser fieles al dejar que la fe im-
pregne toda la vida.
Para poder hacer un anuncio creíble, tenemos que tener una fe viva. Es eso lo que ha motivado al Santo Padre a invitarnos a este proceso de purificación, profundización y vitalización de la fe. Un hombre compenetrado de la fe experimenta la paz que ofreció Cristo antes de partir al Huerto de los Olivos. “Mi paz les dejo, mi paz les doy”. Esa paz sólo brota por una auténtica acogida del don gratuito de la fe. Esa paz se irradia y hace creíble el mensaje de la Buena Nueva. Toda la organi- zación de la Iglesia, todos los ritos y normas se orientan a una fe viva y difusiva.
Pidámosle a la Virgen de Adviento que nos comunique su anhelo para que podamos llegar a ser verdaderos hombres de fe.
Para poder hacer un anuncio creíble, tenemos que tener una fe viva. Es eso lo que ha motivado al Santo Padre a invitarnos a este proceso de purificación, profundización y vitalización de la fe. Un hombre compenetrado de la fe experimenta la paz que ofreció Cristo antes de partir al Huerto de los Olivos. “Mi paz les dejo, mi paz les doy”. Esa paz sólo brota por una auténtica acogida del don gratuito de la fe. Esa paz se irradia y hace creíble el mensaje de la Buena Nueva. Toda la organi- zación de la Iglesia, todos los ritos y normas se orientan a una fe viva y difusiva.
Pidámosle a la Virgen de Adviento que nos comunique su anhelo para que podamos llegar a ser verdaderos hombres de fe.