miércoles, 10 de agosto de 2011

Nuestras actividades


El martes 2 los Capellanes de hospitales tuvieron un encuentro con el Sr. Arzobispo. Junto con entrar en un diálogo orientado a conocer el grupito de capellanes que presta su servicio en los hospitales de Santiago, Don Ricardo aprovechó en dar algunas orientaciones. Concretamente nos pidió esforzarnos por estructurar una pastoral orgánica en la que estuvieran presentes sus cuatro componentes fundamentales: el apoyo en la Palabra de Dios, una acción hecha a partir de la comunión fraterna, como signo del discipulado, el cultivo de una auténtica actitud de servicio y la orientación litúrgica a través de los sacramentos. Junto con esa orientación, invitó a hacer un esfuerzo por lograr una formación que permita ofrecer un servicio pastoral cada vez más eficiente. Se comentaron las diversas instancias de formación que se ofrecen actualmente en Santiago en el ámbito de la salud y que sirven de complemento al programa de formación básica que ofrece la Arquidiócesis.

El martes 3 tuvimos el envío de dos nuevas misioneras de la Virgen Peregrina en el Hospital Sótero del Río. Aprovechamos la ocasión también para clarificar la relación que debe existir entre las Unidades de Acompañamiento Espiritual, una laudable iniciativa del Estado, y la Pastoral Hospitalaria, una actividad ordinaria de la Iglesia Católica. Se vio que era importante la coordinación y el apoyo mutuo, evitando las confusiones en las diversas funciones que les corresponde a ambas instituciones.

Pastoral hospitalaria, agentes de la paz


Como Pastoral Hospitalaria no estamos ajenos a las angustias que experimenta la sociedad cuando comienza a ve perturbada la paz en diversos países y a diversos niveles de la sociedad. En muchos países se percibe el aumento de focos de violencia e inestabilidad social. En nuestra Patria existe un descontento transversal en torno a dos temas fundamentales de la vida ciudadana: salud y educación. Como todas las demás pastorales de la Iglesia la Pastoral Hospitalaria participa de la vocación propia de la Iglesia a ser constructora de la paz. La pregunta es qué podemos hacer nosotros al respecto. Para estar en condiciones de responder a ese interrogante es bueno partir de una corta reflexión acerca de la paz.

Como un concepto amplio, San Agustín define la paz como “tranquilidad en el orden”. En cualquier ámbito de la vida humana se perturba la paz cuando se rompe el orden. Ciertamente el concepto de orden se puede ubicar a diversos niveles: jurídico, administrativo, constitucional, moral, etc. Para los creyentes es evidente que el Creador puso los parámetros del orden en las mismas esencias de las cosas a las cuales les dio la existencia. Cuando se pasa a llevar ese orden, se introduce un germen de caos. Sin introducirnos todavía en el ámbito de la restauración del orden y de la paz que trae Jesucristo, el Príncipe de la Paz, vemos cómo a un adecuado orden social corresponde garantizar la salud y la educación como aspecto fundamentales de la convivencia. Cuando alguno de estos factores es alterado se pierde la paz. En nuestra sociedad, marcada con el sello economicista, comienza a sentirse un malestar generalizado a hacerse cada vez más consciente de que la salud y la educación no pueden depender de un afán desmesurado de lucro. Al buscar soluciones al conflicto que surge de ese malestar, es fácil caer en extremos y en buscar respuestas simplistas. La cuestión que se nos presenta  la reflexión personal y comunitaria es cómo encontrar soluciones objetivas y viables en que el derecho a la salud y a la educación esté garantizado.
A los creyentes y, especialmente a quienes estamos involucrados en las pastorales, se nos pide dar un aporte en una reflexión profunda, equilibrada y objetiva. Es preciso ofrecer antecedentes realistas que permitan llegar a soluciones viables. Los creyentes no somos espectadores del acontecer social, sino protagonistas.  Al menos debemos apoyar las corrientes de opinión que nos parezcan, a la luz de la fe, las más atinadas porque resguardan el orden establecido por Dios.
Cuando Jesucristo nos dice que nos deja “su paz” y que ésta no es como la da el mundo, se está refiriendo a la vuelta al Padre, que es el origen de todo lo existente y el fundamento de todo el orden del universo. La vuelta a Dios es la única garantía válida para recuperar plenamente la paz. A nosotros, como Iglesia, se nos pide hacer más presente al Señor y Padre como el Referente fundamental del orden social.

CONOZCAMOS AL SEÑOR Y A SU EVANGELIO

La paz les dejo
 «Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo.»  Juan 14, 27

  •  La última noche antes de partir, Jesús se despidió de sus apóstoles y les anunció que les deja la paz como un legado fundamental.
  • Para que no hubiera confusión, les advirtió que la paz que les dejaba no era como la que da el mundo y que consiste en un simple equilibrio de poderes.
  • La paz de Cristo guarda una íntima relación con el Padre y con el cumplimiento de su voluntad.


En un tiempo en que por todas partes se ve perturbada la paz, la Iglesia vuelve a reflexionar acerca del legado de Cristo. Está consciente de que uno de los anhelos más profundos del ser humano en su búsqueda de la felicidad es vivir en paz. Jesucristo, el Príncipe de la Paz, nos muestra el único camino seguro para lograrla.
La Iglesia siempre se ha experimentado como constructora de la paz y en los momentos de convulsión social debe recapacitar acerca del aporte que debe entregar a la sociedad en ese sentido.