jueves, 1 de septiembre de 2011

Nuestras actividades




El Sr. Arzobispo nos ha pedido dar un paso hacia una mejor estructuración de nuestra pastoral. Desde ahora la Pastoral Hospitalaria se debe integrar, junto con la Pastoral de la Salud, a la Vicaría de la Pastoral Social, que está a cargo del nuevo Vicario Mons. Andrés Moro. En el proceso de integración se ha comenzado a tener las primeras conversaciones.
Los días 29 y 30 de agosto se llevó a cabo la Jornada de Evaluación y Planificación Pastoral de la Arquidiócesis. En ella se analizó la acentuación pastoral para 2012 desde la perspectiva de conversión pastoral que planteó Aparecida. A partir del próximo año comenzará una gran misión de los jóvenes. El llamado del Pastor es que nadie se sienta excluido de esa misión. La Iglesia es una y su misión es única aunque cambien los escenarios y las acentuaciones. Cada uno desde su ámbito debe asumir la orientación común.
Don Ricardo insistió especialmente en la necesidad de asumir una Pastoral Orgánica en la estuvieran claramente presente los cuatro ejes o dimensiones de la misión de la Iglesia: La Palabra como fuente de la evangelización, la Comunión como signo distintivo y testimonio, el Servicio, que hace creíble el signo eclesial y la Liturgia, que renueva la fe. También nuestra Pastoral Hospitalaria debe asumir conscientemente estas cuatro dimensiones de la misión eclesial.

De nuestra pastoral


Estamos conscientes de que la devoción a la Santísima Virgen María representa un factor potente para la vitalidad de la Iglesia en nuestra Patria. La Pastoral Hospitalaria, como todas las pastorales, no puede sentirse ajena al esfuerzo de renovación y purificación que está haciendo la Iglesia en la etapa difícil por la está pasando. Por esa razón, siendo tan importante la piedad mariana en la vida de los fieles, es importante que, como Pastoral, reflexionemos acerca de su función renovadora y de las condiciones que debe cumplir para contribuir fecundamente a la renovación de la Iglesia.
La Iglesia nos enseña que la piedad mariana juega un rol fundamental en el cultivo de la vitalidad de la Iglesia siempre que cumpla con dos condiciones básicas: que tenga un claro sello cristológico y una marcada impronta trinitaria. Esto significa que una devoción a María que la vea sólo como “la Madre del pan”, esto es, la persona milagrosa a la que se recurre para pedir favores, desvirtuaría su verdadero sentido. A ella la vemos siempre junto a Cristo en la realización del plan de redención. Desde el comienzo de la Iglesia María está llamada a ser educadora del cristiano. A ella corresponde formar a Cristo en el corazón de cada discípulo, impulsando así a una actitud filial frente al Padre y a una apertura del corazón ante la acción del Espíritu Santo. La dimensión trinitaria debe estar presente en cualquier manifestación de una auténtica devoción a María en el sentido del Evangelio. Cuando Benedicto XVI se queja  de que en la Iglesia se nos han ido acumulando muchas cosas superfluas, en gran medida se refiere a las deformaciones que se han producido en el culto a María. Él no está rechazando el uso de imágenes, rosarios, escapularios, etc., sino al hecho de que esas formas populares de devoción distraigan de lo esencial que es formar a Cristo en el corazón de cada discípulo. Los rasgos mágicos o puramente pedigüeños de la piedad mariana la desvirtúan.
En el esfuerzo de renovación y purificación de la Iglesia, María, la Educadora de la fe, debe ser considerada como la Gran Misionera, la Portadora de Cristo y el Modelo perfecto del discípulo. Ella, como ya comenzara a hacerlo en las bodas de Caná, nos sigue invitando al seguimiento de Cristo: “Hagan lo que él les diga”.
En la reflexión que ha surgido a partir del Concilio Vaticano II, se ha llegado a la conclusión de que en la formación cristiana de nuestros pueblos latinoamericanos se ha mostrado, ciertamente, a María en toda su grandeza, pero el lado débil de esa formación ha sido no insistir suficientemente en la relación de María con Cristo y con la Iglesia. Eso hace que muchas veces la piedad mariana popular aparezca sentimental, ocasional y unilateral. Siendo así no contribuye, como debería, a la transformación del hombre y de la sociedad. Una auténtica piedad mariana conduce a la Santísima Trinidad y orienta al descubrimiento y encarnación de la verdadera imagen del hombre, ayudándole a conquistar su plena dignidad. A cultivar ese tipo de devoción mariana nos invita la Iglesia en este momento.

He ahí a tu madre



 
«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.»  Juan 19, 25-27

  • Es el momento culminante del ministerio de Cristo sobre la tierra. Ya lo ha entregado todo, queda solamente su Madre, el tesoro más preciado que quería compartir con los suyos.

  • Juan, representando a todos los seguidores de Cristo a lo largo de la historia, está con María al pie de la cruz. En ese momento sublime el discípulo fiel recibe a María como Madre, pero en realidad no es sólo Juan, es la Iglesia entera la que recibe a María como su Madre y Educadora.

  • Desde su inicio la Iglesia entendió que el legado de Cristo desde la cruz era un tesoro inapreciable que debía poner en el centro de su vida. María ha jugado siempre el papel de Madre-Educadora. También hoy día ella debe hacer nacer a Cristo en cada corazón y ayudarlo a llegar a la plenitud de la vida.

En un tiempo en que la Iglesia está llamada con urgencia a una purificación y a una renovación, es indispensable mirar más de cerca el papel que debe jugar la devoción a María en la vida de la Iglesia. Esto vale especialmente para un continente que es naturalmente mariano.
La experiencia muestra que también la devoción a María se puede distorsionar. Muchas veces a lo largo de la historia han proliferado formas inadecuadas de piedad mariana. Por esa razón, ahora, en un momento crucial, es preciso cimentar en la revelación la relación con la Santísima Virgen ubicándola en el contexto global de la fe cristiana a fin de que nuestra querida Madre pueda cumplir su misión de educarnos llevándonos a una relación filial con el Padre, al seguimiento e identificación con el Hijo y la apertura y docilidad frente al Espíritu.