miércoles, 9 de junio de 2010

Reflexión sobre la Pastoral Hospitalaria

DE NUESTRA PASTORAL

Los discípulos de Cristo lo siguen conscientemente en todos los ambientes en que se encuentran, sin excluir ninguno. Esto va­le especialmente para el ámbito laboral. Tal vez un profesional o un funcionario que trabaja en el mundo de la salud pudiera pen­sar que basta con realizar bien su función para ser un buen discí­pulo, sin embargo, hay matices que en la actualidad adquieren un mayor realce. Una cosa es la excelencia profesional motivada por la fe y otra el espíritu evangélico con que se aborda a quienes se encuentran en los hospitales. Cuando los funcionarios y profesio­nales católicos, que trabajan en hospitales, toman conciencia de que son una presencia viva de la Iglesia en ese ambiente, cuando se reconocen como tales, especialmente con sus hermanos en la fe y se esfuerzan para que su adhesión a Cristo y a su evangelio se refleje en su actitud frente a las personas que sirven, comienzan a formar parte de la pastoral. Ellos evangelizan a través del espíritu que reflejan. Hoy día es indispensable que en el laicado católico se despierte cada vez con mayor dinamismo el discipulado, el anhelo de ser testigos de la esperanza que proviene de Cristo.

La pastoral hospitalaria se inspira en la práctica de Jesús, que durante su vida pública unió permanentemente su acogida a los enfermos y el anuncio de la Buena Nueva del Reino. Los Evange­listas muestran claramente la opción preferencial de Jesús por los dolientes. De los 32 milagros que se consignan en los evangelios, 25 son de curaciones. Casi la quinta parte de los evangelios trata de esas curaciones y recoge reflexiones hechas con ocasión de su realización. Sin embargo, su intención última era anunciar la Bue­na Nueva. El Señor armonizaba la salud del alma y del cuerpo. Aprovechando la receptividad especial que suscita el dolor, pro­clamaba la esperanza de la salvación. Los discípulos de Jesús, al ir al encuentro de los enfermos, se identifican con Él.

Su acción misericordiosa, al curar las dolencias del cuerpo y del espíritu, fue un signo luminoso del advenimiento del tiempo me­siánico. Mateo lo hace consciente cuando nos relata que “Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» Jesús les respondió: « Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos que­dan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva”. Mt 11,1; cfr. Isaías 35; 42; 61. La pre­sencia de Cristo es la fuente más sólida de la esperanza.

Desde la primera comunidad de Jerusalén, hasta nuestros días, la Iglesia ha tenido una espacial preocupación por los enfermos. Siempre ha estado consciente de que, por mandato de su funda­dor, junto con el anuncio del Reino de Dios, su misión incluye la preocupación por los enfermos. Esto se ha mantenido conscien­te a lo largo de los siglos. También hoy día es preciso hacer ese anuncio transformando los hospitales en espacios privilegiados de evangelización.

Tal vez, un primer paso para marcar la presencia de la Iglesia en los hospitales consiste en que los funcionarios que trabajan en ellos se reconozcan como hermanos en la fe. Es un paso anterior a cualquier organización o actividad de tipo religioso o pastoral. Muchas veces bastará con una sonrisa o con un saludo más frater­no entre ellos para crear un ambiente de Iglesia.

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