miércoles, 6 de octubre de 2010

El amor, distintivo de los discípulos

Jesús dijo a sus discípulos: «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros. En esto conocerán todos que son discípulos míos: si se tienen amor los unos a los otros.»” (Jn 13, 34-35)
  • El mandamiento del amor al prójimo que ya se había promulgado en el Levítico 19,18 recibe una nueva versión, ahora consistirá en la participación en el amor divino de Cristo. Un amor que tiene el sello del mismo Dios.
  • A los discípulos nos corresponde permanecer en el amor y esforzarnos por que ese amor se haga fuente de comunión fraterna.
  • Al discípulo auténtico no se le reconoce en primer lugar por las formas, normas, organizaciones o ritos, que lo rodean, sino por el amor generoso y sincero que brinda a su prójimo.
Jesús, el Verbo encarnado, no vino al mundo a cambiar el plan que el eterno Padre había trazado desde la creación del universo, sino que vino para que ese plan se pudiera realizar plenamente. Dios creó al hombre a su imagen, esto es, debía ser un reflejo de esa Comunión de Personas, que era la Santísima Trinidad. Pero, el pecado original no sólo fue una ruptura de la comunión con Dios, sino también entre los hombres. El reflejo de la Comunión Trinitaria se oscureció. Jesucristo vino a restaurar la comunión con Dios y entre nosotros. La Iglesia debe ser prolongación de Cristo en su misión de instrumento de unión con Dios y con todo el género humano. La unión en un amor auténtico y profundo es la misión permanente de los miembros de la Iglesia.

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