miércoles, 13 de julio de 2011

Crisis eclesial y pastoral de salud


Como Pastoral Hospitalaria no estamos ajenos a las angustias que experimenta la Iglesia actual en el mundo entero al ser puesta a prueba de muy diversas maneras. Cuando miramos el panorama mundial, nos preocupa que haya focos de persecución que se han ido desatando en Oriente, nos duele la pérdida de la fe en grandes ambientes europeos, en la misma tierra de donde recibimos la fe y, más aún, no logramos asimilar la crisis que se ha producido en el ámbito clerical en nuestra propia Patria. Nos duela la pérdida de credibilidad que se experimenta en todos los niveles. Frente a tantas cosas dolorosas y preocupantes, tal como lo señala el Santo Padre, nos damos cuenta que todas estas pruebas, analizadas a la luz de la fe, no son sino llamados del Señor a una fidelidad cada vez mayor. Es preciso que todo lo puramente formal, lo que no es auténtico, lo que es falso, caiga. La Iglesia está en una etapa de purificación dolorosa y urgente.
Atentado a Iglesia en Filipinas


Conscientes de estos llamados a la santidad, recurrimos con más fervor al Pan de Vida eterna. La Eucaristía será siempre el sacramento de la fe. Nos recuerda que Dios quiso entrar en nuestra historia para redimirnos. Una y otra vez, cuando participamos en la Eucaristía tenemos que hacer un salto mortal en la fe: con nuestros ojos humanos vemos pan y creemos que ese pan significa la presencia del Hijo de Dios encarnado. Un Pan que hay que comer, esto es, asimilar, hacer nuestro a través de una fe humilde. En la medida en que nos abrimos al misterio, de él sacamos la fuerza para superar todas las crisis.

Para quienes tenemos que estar en un permanente contacto con el dolor, como es el caso de quienes estamos cumpliendo funciones de servicio en los hospitales, ese sacramento nos recuerda siempre de nuevo que estamos llamados a la plenitud de vida. Nuestro ámbito laboral nos hace palpar diariamente el mundo del dolor y de la muerte, pero sabemos que lo último no es la muerte sino la vida plena. Ese Pan Vivo debe ser para nosotros el alimento de la esperanza. Cuando nos hemos alimentado de él, aunque no hagamos grandes discursos acerca de ese tema, irradiaremos la esperanza que surge de la fe en la promesa que nos hace el Señor. Los enfermos deben percibir algo del misterio que encerramos en el corazón por la fe.

Toda la vida de la Iglesia se centra en el Cuerpo de Cristo, es el centro del culto católico. En ese Cuerpo, hecho sacramento, habita la plenitud de la divinidad. Ese es el nuevo Tempo en el que se adora a Dios en espíritu y en verdad. En un tiempo de crisis es preciso volver al centro. Muchos de los fracasos sacerdotales, que nos han dolido tanto, tienen su origen en la rutina con que se puede llegar a tratar el sacramento de la fe. Es fácil y peligroso acostumbrarse a celebrar el Misterio de la fe de tal manera que deje de asombrar. No solamente es gravemente peligroso que un sacerdote se deje llevar por la rutina, también a los fieles les puede suceder que la Misa se les transforme en un simple rito. Renovar y purificar a la Iglesia comienza por devolverla a su centro que es la presencia real del Hijo de Dios en medio de su pueblo. Cada Misa debe ser una renovación de ese Misterio central: Dios vino al mundo, se hizo Hombre, nos redimió y permanece con nosotros hasta el final de los tiempo como el Buen Pastor, pero velado por el sacramento, a través de la apariencia de pan.

La celebración de la fiesta del Cuerpo de Cristo adquiere este año, desde esta perspectiva de renovación radical, una enorme importancia. Todos los creyentes, los que hemos optado por ser discípulos del Señor, tenemos que alimentarnos adecuadamente del Pan de Vida eterna para que seamos capaces de irradiar nuestra fe como testigos.

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