miércoles, 13 de julio de 2011

Ha resucitado

 «Jesús les respondió: « En verdad, en verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo; es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo. » Entonces le dijeron: « Señor, danos siempre de ese pan. » Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya se los he dicho: Me han visto y no creen. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día. »  Juan 6, 32-40 

  • Después de multiplicar dos veces los panes al modo de una preparación psicológica para lo que había de anunciar, Jesús reveló que Él era el Pan vivo bajado del cielo. Una revelación impresionante, pero muy difícil de aceptar.
  • Lo que queda claro es que el acceso al alimento de vida eterna exige la fe. Es así como desde el comienzo se verá la Eucaristía como sacramento de la fe. Expresa y alimenta la fe.
 En una etapa de purificación y de renovación en la vida de la Iglesia, como la que estamos viviendo, el Sacramento de la fe adquiere una especial relevancia. Los que escuchaban a Jesús cuando empezó a revelar el misterio de su permanencia en el mundo como alimento sentían el anhelo de recibir ese pan de vida eterna que Él les ofrecía, pero tenían dificultad para creer que ese pan era el mismo Jesús de Nazaret. A lo largo de toda la historia no habrá otro camino hacia el mundo de Dios sino el que pasa por la fe y será Jesús hecho Pan el Sacramento que alimenta y exige esa fe.




Prácticamente todo el andamiaje de la vida cristiana depende de lo que está significado detrás del signo sensible de la presencia de Cristo en medio de su pueblo. Presupone creer que el Hijo de Dios, el Verbo, se encarnó para redimir y que ese Verbo encarnad era Jesús de Nazaret, el que a pesar de mostrarse como un Maestro de la fe, esto es, un Rabí, se le veía simplemente como el hijo de un carpintero. Los judíos se admiraban de lo que hablaba y de las obras que realizaba, pero otra cosa era aceptar que era Pan bajado del cielo y que había que comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna.  

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