martes, 31 de mayo de 2011

Espíritu Santo Ven


Al reflexionar sobre la inspiración y las tareas de nuestra pastoral hospitalaria nos damos cuenta que en este momento la Iglesia necesita de una purificación y renovación de fondo. A nuestros hospitales llega mucha gente no sólo con sus dolencias físicas, sino también con interrogantes y es preciso tener respuestas claras para ellos. Jesús mostró lo que deberíamos hacer a lo largo de nuestra vida cuando estuviéramos pasando por etapas de oscuridad. Antes de su partida, anunció la venida del Espíritu Santo que vendría a completar su obra infundiendo en los creyentes la vida nueva surgida de su costado abierto. Anunció que el Espíritu recordaría todo lo que el mismo había enseñado durante su estadía entre nosotros y orientaría para que actuáramos según el querer de Dios en cada etapa. Por eso, en los momentos críticos que estamos experimentando volvemos nuestros ojos al Espíritu. En la proximidad de Pentecostés, la Iglesia nos invita a hacer un esfuerzo por abrirnos al Espíritu Santo como fuente de vida y de verdad. Sabemos que la vida cristiana es una «vida en el Espíritu», pero, sabemos también que para recibirlo es preciso crecer en el anhelo, esto es, tener sed del Dios vivo.

Los discípulos tuvieron que hacer un largo y arduo camino para llegar  a reconocer nítidamente la figura del Espíritu. Al no existir una comparación cercana a su comprensión natural como lo eran las imágenes de «padre» o de «hijo» para las otras Personas de la Trinidad, resultaba difícil aprehenderla. La única comparación posible era la imagen de la mujer dentro de la familia humana, hecha a imagen y semejanza de la Trinidad. Pero, recién alejándose del contacto con las religiones mistéricas y concretamente del culto de la diosa de la fecundidad, Astarté, había una gran resistencia a situar un elemento femenino en la divinidad. Sin embargo, la Revelación recibida no dejaba lugar a duda y desde un comienzo se vio al Espíritu junto al Padre y al Hijo (Mt 28, 19) pero sólo en el Concilio Ecuménico de Constantinopla el año 381 se confesó claramente esa fe: «Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre» (DS 150). Juan Pablo II expresa esa fe diciendo: «La Iglesia, por tanto, instruida por la palabra de Cristo, partiendo de la experiencia de Pentecostés y de su historia apostólica, proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo, como aquel que es dador de vida, aquél en el que el inescrutable Dios uno y trino se comunica a los hombres, constituyendo en ellos la fuente de vida eterna.” (Dominum et Vivificantem n. 1)
Según san Juan, Jesucristo anunció que a los sedientos les sería infundido el Espíritu como una fuente de agua viva. En la gran fiesta de los Tabernáculos proclamó: «”Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí”, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva» Jn. 7 37 s.
La Iglesia se da cuenta que el nuevo interés que se ha ido despertando en los últimos decenios en torno a la Persona del Espíritu responde a anhelos profundos de vida auténtica del hombre moderno y percibe detrás de esto una voz de Dios. Quiere responde a ellos destacando al la imagen del Espíritu Santo, porque éste necesita “un nuevo descubrimiento de Dios en su realidad trascendente de Espíritu infinito, como lo presenta Jesús a la Samaritana; la necesidad dorarlo «en espíritu y verdad» (Jn 4 24)”. (Cf. DV n. 2) Detrás de muchas de las búsquedas del hombre moderno en las religiones orientales y esotéricas, p. ej. “New Age”, más que una simple «moda», hay un anhelo de mayor espiritualidad. El hombre postmoderno ha sentido renacer la necesidad de adorar a Dios «en espíritu y verdad». En estas las corrientes se percibe el hastío ante un modernismo que exagera la búsqueda de eficacia y poder; anhela más bien retornar a una comunidad que busca el amor personal y valora lo gratuito. Precisamente en ese Dios desconocido puede encontrar «el secreto del amor y la fuerza de una «nueva creación»: sí, precisamente aquél que es dador de vida.» (Cf. DV n. 2).
Detrás de los aspectos críticos de la situación actual de la Iglesia percibimos el anhelo de volver a lo auténtico, de crecer en la transparencia de superar el moralismo, el ritualismo y el formalismo. De todo aquello que carece de sentido profundo. Esto no es sino un anhelo profundo del Espíritu.
A quienes nos corresponde hacer presente al Señor ante los hermanos que sufren, se nos pide llenarnos de ese Espíritu que da una Vida nueva, que enseña a amar con un amor gratuito y noble, que hace que los discípulos seamos un rostro vivo de Dios que consuela, sirve y anima. Cultivemos, por eso, la sed indispensable para recibir la Fuente de Agua Viva. Les deseamos a todos de un Pentecostés muy bendecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario