jueves, 1 de septiembre de 2011

De nuestra pastoral


Estamos conscientes de que la devoción a la Santísima Virgen María representa un factor potente para la vitalidad de la Iglesia en nuestra Patria. La Pastoral Hospitalaria, como todas las pastorales, no puede sentirse ajena al esfuerzo de renovación y purificación que está haciendo la Iglesia en la etapa difícil por la está pasando. Por esa razón, siendo tan importante la piedad mariana en la vida de los fieles, es importante que, como Pastoral, reflexionemos acerca de su función renovadora y de las condiciones que debe cumplir para contribuir fecundamente a la renovación de la Iglesia.
La Iglesia nos enseña que la piedad mariana juega un rol fundamental en el cultivo de la vitalidad de la Iglesia siempre que cumpla con dos condiciones básicas: que tenga un claro sello cristológico y una marcada impronta trinitaria. Esto significa que una devoción a María que la vea sólo como “la Madre del pan”, esto es, la persona milagrosa a la que se recurre para pedir favores, desvirtuaría su verdadero sentido. A ella la vemos siempre junto a Cristo en la realización del plan de redención. Desde el comienzo de la Iglesia María está llamada a ser educadora del cristiano. A ella corresponde formar a Cristo en el corazón de cada discípulo, impulsando así a una actitud filial frente al Padre y a una apertura del corazón ante la acción del Espíritu Santo. La dimensión trinitaria debe estar presente en cualquier manifestación de una auténtica devoción a María en el sentido del Evangelio. Cuando Benedicto XVI se queja  de que en la Iglesia se nos han ido acumulando muchas cosas superfluas, en gran medida se refiere a las deformaciones que se han producido en el culto a María. Él no está rechazando el uso de imágenes, rosarios, escapularios, etc., sino al hecho de que esas formas populares de devoción distraigan de lo esencial que es formar a Cristo en el corazón de cada discípulo. Los rasgos mágicos o puramente pedigüeños de la piedad mariana la desvirtúan.
En el esfuerzo de renovación y purificación de la Iglesia, María, la Educadora de la fe, debe ser considerada como la Gran Misionera, la Portadora de Cristo y el Modelo perfecto del discípulo. Ella, como ya comenzara a hacerlo en las bodas de Caná, nos sigue invitando al seguimiento de Cristo: “Hagan lo que él les diga”.
En la reflexión que ha surgido a partir del Concilio Vaticano II, se ha llegado a la conclusión de que en la formación cristiana de nuestros pueblos latinoamericanos se ha mostrado, ciertamente, a María en toda su grandeza, pero el lado débil de esa formación ha sido no insistir suficientemente en la relación de María con Cristo y con la Iglesia. Eso hace que muchas veces la piedad mariana popular aparezca sentimental, ocasional y unilateral. Siendo así no contribuye, como debería, a la transformación del hombre y de la sociedad. Una auténtica piedad mariana conduce a la Santísima Trinidad y orienta al descubrimiento y encarnación de la verdadera imagen del hombre, ayudándole a conquistar su plena dignidad. A cultivar ese tipo de devoción mariana nos invita la Iglesia en este momento.

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