martes, 31 de mayo de 2011

Nuestras actividades


Hemos estado tratando de llenar muchos de los vacíos de capellanes que han dificultado la pastoral en nuestros hospitales. Quisiéramos agradecer especialmente la ayuda que han comenzado a prestar algunos sacerdotes en nuestra pastoral. Agradecemos al P. Jorge Osorio SDB que ayuda en el Luis Tizné; a los padres Omar López y Luis Candejas,   que ayudan en el Metropolitano; al P. Mario Garfias que ayuda en el San José: al P. Jorge Hartkopf que comienza a servir en el San Borja: al P. Javier Concha que apoya al diácono en el P. Hurtado; al P. Carlos Cornejo que está apoyando la pastoral en la Posta. Agradecemos también a muchos otros sacerdotes que prestan servicios en las Clínicas.

Espíritu Santo Ven


Al reflexionar sobre la inspiración y las tareas de nuestra pastoral hospitalaria nos damos cuenta que en este momento la Iglesia necesita de una purificación y renovación de fondo. A nuestros hospitales llega mucha gente no sólo con sus dolencias físicas, sino también con interrogantes y es preciso tener respuestas claras para ellos. Jesús mostró lo que deberíamos hacer a lo largo de nuestra vida cuando estuviéramos pasando por etapas de oscuridad. Antes de su partida, anunció la venida del Espíritu Santo que vendría a completar su obra infundiendo en los creyentes la vida nueva surgida de su costado abierto. Anunció que el Espíritu recordaría todo lo que el mismo había enseñado durante su estadía entre nosotros y orientaría para que actuáramos según el querer de Dios en cada etapa. Por eso, en los momentos críticos que estamos experimentando volvemos nuestros ojos al Espíritu. En la proximidad de Pentecostés, la Iglesia nos invita a hacer un esfuerzo por abrirnos al Espíritu Santo como fuente de vida y de verdad. Sabemos que la vida cristiana es una «vida en el Espíritu», pero, sabemos también que para recibirlo es preciso crecer en el anhelo, esto es, tener sed del Dios vivo.

Los discípulos tuvieron que hacer un largo y arduo camino para llegar  a reconocer nítidamente la figura del Espíritu. Al no existir una comparación cercana a su comprensión natural como lo eran las imágenes de «padre» o de «hijo» para las otras Personas de la Trinidad, resultaba difícil aprehenderla. La única comparación posible era la imagen de la mujer dentro de la familia humana, hecha a imagen y semejanza de la Trinidad. Pero, recién alejándose del contacto con las religiones mistéricas y concretamente del culto de la diosa de la fecundidad, Astarté, había una gran resistencia a situar un elemento femenino en la divinidad. Sin embargo, la Revelación recibida no dejaba lugar a duda y desde un comienzo se vio al Espíritu junto al Padre y al Hijo (Mt 28, 19) pero sólo en el Concilio Ecuménico de Constantinopla el año 381 se confesó claramente esa fe: «Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre» (DS 150). Juan Pablo II expresa esa fe diciendo: «La Iglesia, por tanto, instruida por la palabra de Cristo, partiendo de la experiencia de Pentecostés y de su historia apostólica, proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo, como aquel que es dador de vida, aquél en el que el inescrutable Dios uno y trino se comunica a los hombres, constituyendo en ellos la fuente de vida eterna.” (Dominum et Vivificantem n. 1)
Según san Juan, Jesucristo anunció que a los sedientos les sería infundido el Espíritu como una fuente de agua viva. En la gran fiesta de los Tabernáculos proclamó: «”Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí”, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva» Jn. 7 37 s.
La Iglesia se da cuenta que el nuevo interés que se ha ido despertando en los últimos decenios en torno a la Persona del Espíritu responde a anhelos profundos de vida auténtica del hombre moderno y percibe detrás de esto una voz de Dios. Quiere responde a ellos destacando al la imagen del Espíritu Santo, porque éste necesita “un nuevo descubrimiento de Dios en su realidad trascendente de Espíritu infinito, como lo presenta Jesús a la Samaritana; la necesidad dorarlo «en espíritu y verdad» (Jn 4 24)”. (Cf. DV n. 2) Detrás de muchas de las búsquedas del hombre moderno en las religiones orientales y esotéricas, p. ej. “New Age”, más que una simple «moda», hay un anhelo de mayor espiritualidad. El hombre postmoderno ha sentido renacer la necesidad de adorar a Dios «en espíritu y verdad». En estas las corrientes se percibe el hastío ante un modernismo que exagera la búsqueda de eficacia y poder; anhela más bien retornar a una comunidad que busca el amor personal y valora lo gratuito. Precisamente en ese Dios desconocido puede encontrar «el secreto del amor y la fuerza de una «nueva creación»: sí, precisamente aquél que es dador de vida.» (Cf. DV n. 2).
Detrás de los aspectos críticos de la situación actual de la Iglesia percibimos el anhelo de volver a lo auténtico, de crecer en la transparencia de superar el moralismo, el ritualismo y el formalismo. De todo aquello que carece de sentido profundo. Esto no es sino un anhelo profundo del Espíritu.
A quienes nos corresponde hacer presente al Señor ante los hermanos que sufren, se nos pide llenarnos de ese Espíritu que da una Vida nueva, que enseña a amar con un amor gratuito y noble, que hace que los discípulos seamos un rostro vivo de Dios que consuela, sirve y anima. Cultivemos, por eso, la sed indispensable para recibir la Fuente de Agua Viva. Les deseamos a todos de un Pentecostés muy bendecido.

Ha resucitado


 «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva»  Jn 7 37

·       Jesús ofrece el don de su Espíritu a quienes tengan sed, esto es, a quienes experimenten un auténtico anhelo de Dios. No es un don que se dé como algo mecánico. Es respuesta al anhelo y la apertura del corazón.
·       El don del Espíritu producirá una nueva vida que manará del corazón del creyente que sigue a Cristo como un rio de agua viva.  Así se entiende la verdadera vida cristiana

Una auténtica renovación en la Iglesia sólo es posible en la fuerza del Espíritu Santo, “Señor y Dador de vida”. Cuando la fe se transforma en una verdadera sed de la vida nueva que Jesús da a quienes son de verdad creyentes y discípulos, se recibe al Espíritu como fuente de vida. Cada cierto tiempo en la Iglesia se hace consciente que las normas, formas y ritos que no brotan de ese Espíritu, carecen de sentido. De ahí brota el anhelo de purificación y de renovación que son posibles sólo bajo su acción.

sábado, 14 de mayo de 2011

El Señor ha vencido a la muerte


Tal vez pocas veces ha sido tan necesario, como este año, reafirmar nuestra fe celebrando el Misterio Pascual con su exultante mensaje de esperanza. Todos estamos conscientes de que la Iglesia en el mundo entero, no sólo en nuestra Patria, está pasando por una etapa crítica. Nos preocupan no sólo los escándalos producidos entre los sacerdotes de diversas partes del mundo y las persecuciones que sufren nuestros hermanos en diversos lugares de Asia sino, especialmente, la progresiva pérdida de fe en amplias regiones de Europa. Todo eso nos llena de tristeza y nos deja un peso en el corazón. Sin embargo, los discípulos no podemos desconcertarnos ni, menos aún, transformarnos en simples comentaristas de una prensa que busca destacar todo aquello que rebaja a la Iglesia. Tenemos que reaccionar como hombres de fe providencialista. Estamos seguros de que el Señor, como Buen Pastor, sigue conduciendo a su Iglesia y lo hace con mano firme. Por esa razón, le preguntamos a Él qué sentido tiene lo que estamos viviendo. Cada vez se hace más consciente, entre quienes nos sentimos íntimamente unidos al Señor, que Él quiere purificar a su Iglesia. La sacude para que se desprenda todo aquello que es falso o inauténtico y para que su vida vuelva a cimentarse en las verdades que Él nos enseñó. El Señor nos llama a desprendernos de los formalismos, ritualismos y  moralismos que la opacan para vivir arraigados en Él como el sarmiento en la vid. Nos quiere cobijados en el corazón del Padre, dispuestos a entregarnos con todo nuestro ser por el Reino.

Es claro que el llamado a una renovación de fondo toca, en primer lugar, a los sacerdotes. Es imposible desoír el potente llamado a la santidad. La Iglesia necesita sacerdotes más humildes, servidores y puros. Es conmovedor experimentar cómo grandes grupos de laicos se sienten responsables de que sus sacerdotes conviertan su corazón para llegar a ser un rostro vivo de Cristo. Pocas veces hemos experimentado tanto fervor como este año en las celebraciones pascuales. En todas las celebraciones se podía palpar en anhelo profundo que anidaba en el corazón de cada hermano. Esta experiencia es un claro signo de que la gran prueba por la que estamos pasando va a robustecer la fe y va a despertar una esperanza fundada en el Señor resucitado y en nada más.

Tanto las homilías de Mons. Ezzati como los mensajes del Santo Padre nos quieren infundir ánimo. Benedicto XVI decía: “La Resurrección del Señor implica una renovación de nuestra condición humana. Cristo ha vencido la muerte, causada por nuestro pecado y nos devuelve la vida inmortal. De este acontecimiento brota toda la vida de la Iglesia y la existencia misma de los cristianos.” Es una invitación a renovarnos poniendo nuestra confianza en el Señor resucitado. El centro de nuestra vida cristiana no está en nuestra miseria, por muy dolorosa que sea, sino en la redención. Sólo así podemos ser anunciadores de la esperanza y testigos de la resurrección.

Nuestro Pastor nos decía en su mensaje pascual: 
“La Pascua de este año está marcada por un peculiar contexto de confusión y de dolor, ampliamente conocido y comentado por la opinión pública. Como la primera comunidad de Corinto, también nosotros, en medio del desconcierto de la prueba, experimentamos el consuelo de Dios: "por todas partes nos aprietan, pero no nos aplastan; andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no aniquilados; siempre y en todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también en nuestro cuerpo se manifieste la vida de Jesús" (2 Cor 4, 8-10). Como nunca hemos tocado con la mano que el tesoro de la fe, "lo llevamos en vasijas de barro", pero también, como nunca, hemos experimentado como esta misma fragilidad, con certeza y confianza, nos ha permitido reconocer que el don de ser la Iglesia de Cristo, "procede de Dios y no de nosotros". Somos suyos, ovejas de su rebaño. La fiesta de Pascua, se alza entonces, como el signo de esperanza cierta y como arco iris que anuncia la aurora de tiempos nuevos.”
“Con su Pascua, el Señor abre un camino de la vida y de plenitud. Más aún, Él se nos ofrece como Camino, Verdad y Vida ¿Qué podemos, entonces, aprender del Maestro? En primer lugar, la Pascua de Jesús nos invita a redoblar la confianza y el abandono filial en las manos de Dios, que siempre salva a su pueblo: Sin embargo, esto no sería suficiente. La Pascua de Jesús nos invita a asumir su mismo amor solidario. La cruz de Jesús es la expresión más grande de la solidaridad.”
Termina su mensaje diciendo: “La bendición de Pascua haga brotar la sonrisa en todos nuestros labios. Feliz Pascua de Resurrección.”
A todos cuantos participan en la Pastoral de los Hospitales les deseamos un tiempo pascual lleno de bendiciones para que podamos hacer presente al Señor entre nuestros hermanos enfermos que tanto lo necesitan. ¡Qué el Señor los bendiga!

Ha resucitado

“Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues el Ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: « Ustedes no teman, pues sé que buscan a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Vengan, vean el lugar donde estaba. Y ahora vayan  enseguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allí le verán." Ya se los he dicho. » Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos.»" (Mt 28, 1-8)

  •  La comunidad de creyentes está sumida en el desconcierto. De pronto comienza la sorpresa y la alegría: ¡El Señor resucitó!
  • Los discípulos de todos los tiempos pasaran también por el desconcierto y terminarán en la alegría pascual
  • La fe siempre se tendrá que poner a prueba. No se llega a la resurrección sin pasar por la cruz. 

jueves, 5 de mayo de 2011

Nuestras actividades


En muchos hospitales hubo celebraciones especiales en este tiempo pascual. En algunos se puso el acento en el domingo de ramos, en otros en el vía crucis, etc. Lo más importante es que nadie quedó indiferente en esta gran celebración.

Con una misa en la Catedral Metropolitana, el domingo 1 de mayo, a las 17:00 horas, la Arquidiócesis de Santiago celebró la beatificación del Papa Juan Pablo II. A la eucaristía se invitó a las comunidades parroquiales, de colegios y movimientos apostólicos. Estamos conscientes de lo mucho que debemos como chilenos a este gran Papa y por eso, nos hemos alegrado inmensamente con su beatificación.